domingo, 26 de mayo de 2013

No siempre las historias son bonitas…


El triunfo del engaño…
            El que engaña lleva las de ganar… Si, ciertamente sí.
            Tras cada mentira hay un “hice lo que me dio la gana”, no importa el dolor como huella bajo nuestras pisadas, el llanto en silencio de la víctima, el desgaste de las almas palidecidas ante la impotencia, el vacío en el estómago, las ganas de llorar contenidas y las miradas llenas de una mezcla de reproche, resignación y sobre todo de un ahogado ¿Por qué? que resuena en las entrañas del infortunado, al punto de que casi pudiese escucharse con mirarle a los ojos.
            Dícese que el engañado es el último en enterarse del engaño, mas tal vez no es así… Tal vez prefiera el silencio ante la alternativa de dejar en evidencia su conocimiento del hecho y siendo así, verse obligado a renunciar a alguien a quien no quiere renunciar, tal vez en la esperanza de un cambio que no vendrá…
            Es así como quien engaña reafirma su creencia de que su viveza siempre sale victoriosa, aun quedando al descubierto, porque sus encantos siempre han de lograr el “perdón”, no para cambiar, si no para repetir una y otra vez su juego del amor, sin importar si el amor está de por medio, porque a la final lo importante es el juego.
            Su víctima, después de todo, como tantas otras veces estará allí, sentado a la espera de su verdugo, quien ha de venir una y otra vez, cada vez que se canse del juego y necesite del amor…
            Y ha de vivir el engañado con las migajas que le arroja el carcelero de sus esperanzas y ha de transformarlas en delicioso majar, aderezado más por lo que siente y entrega que por lo que recibe…
            Nada de esto importa a quien engaña. Siempre habrá a quien engañar, pues sus habilidades crecen día a día aunque inexorablemente su cuerpo y su alma vayan deteriorándose.
            Cada día encontrará más juegos y menos amor, más cuerpos, menos almas, más diversión, menos alegría…
            Sus víctimas cada vez serán más fugaces, pues no les gustará su reflejo en los distorsionados espejos, que cual almas errantes, rodearan más y más al otrora artista del engaño y la traición…
            Y llega el día en que mirará atrás en busca de lo que le sobró y de lo que ahora carece y solo verá rostros compasivos que por instantes la observaran, sonreirán tristemente como dando las gracias por no haberlos amado.
Ha de mirarse en el espejo y ver un cuerpo desgastado cuya única belleza podría reposar en los ojos de alguno de los seres que la amaron, pero que ahora solo esquivan su mirada suplicante. Solo existen huellas en una piel que entrego por muebles que ya están viejos y rotos, dinero que ya se gastó, flores que ya marchitaron y joyas que ya no embellecen…
Pero ese hombre, esa mujer que engaña, volverá a engañar. Pero esta vez habrá de engañarse a sí misma, a sí mismo. Y así, tomará a alguien más, ya no para jugar, ya no para sentir el amor, ahora para evitar la soledad. Esta vez no podrá escoger. Ha de tomar no lo que quiera sino a quien la acepte. Un alguien que tal vez la tome por las mismas razones y como resultado del mismo comportamiento.
Piel no deseada a cambio de la piel que solo fue deseo…
Estigma ineludible del que juega con el amor, porque el amor no está hecho para causar dolor, así como no lo está  el beso para la traición ni la lagrima para la mentira…
El engaño causa dolor, parte el alma pero no la destruye. Al engañado le basta con mirar al frente y encontrar una sonrisa. El que engaña solo puede mirar atrás, pues al final, no le gustará lo que tiene por delante…



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